¿Cuántas veces habremos oído eso de “que se te escapa el tren”, que “el tren pasa sólo una vez”, y dichos así? Y es que realmente el tren sirve de metáfora de la vida y del tiempo…
Yo cada día cojo un tren para ir al trabajo. Y luego cojo otro para volver a casa. Incluso lo cojo para ir a ver a mis amigos, a mis padres… y quizá sí tenga un simbolismo acentuado. Es el lugar donde los desconocidos se cruzan y observan bajo una discreción pactada. Es donde la distancia con el otro se reduce, pero donde más lejos nos sentimos de quienes nos rodean. Viajar en tren o en metro, nos aísla y nos envuelve en nuestro propio viaje mental. Con la ayuda de un libro, de nuestra música, de nuestros pensamientos. Pero si levantas la mirada, podrás ver pedacitos de tu vida pasar por la ventana.
Es muy curioso, pero en la metáfora del recorrido diario de mi tren he podido observar pequeñas señales de mis historias pasadas... sin ir más lejos, una noche cercana, saliendo tarde de trabajar noté mientras subía a mi vagón un toque en el hombro. Yo iba distraída, y casi ni me di cuenta que ese pequeño aviso era intencionado. Me giré y ahí estaba él, Mr. Daysearcher. El hombre que me había robado el cerebro meses atrás. Una historia de esas imposibles, en la que sientes algo por alguien que jamás podrá ser para ti, precisamente porque él ya tiene su vida montada junto a otra mujer. Aún así, a él le dió por jugar en cierto día y nuestra historia se quedó en un quiero y no puedo, en un me gustas pero no lo suficiente, o vete tu a saber!! El caso es que ese chico y yo tuvimos un tonteo, y tonta yo de mi, me enganché a un amor obsesivo y ridículo. Por suerte el tiempo puso las cosas, y mi cabeza, en su sitio.
Y de pronto ese día, tiempo después de borrarle de mis sueños, en ese tren nocturno y sin fecha, volvío a aparecer el Don Mr. Justo en el momento en que las puertas se cerraban: yo dentro y él fuera. Y mira por donde en un andén se quedó mi amor pasado, con ojos sorprendidos y con un "hola" enmudecido en los labios. Aún recuerdo su imagen haciéndose pequeñito mientras yo estiraba el cuello hasta casi desnucarme por verle a través del último resquicio de luz al final del túnel.
Se desvaneció. No pudimos hablarnos, sólo un leve saludo a través del cristal antes de la partida. Busqué asiento y pensé: estaba claro, los dos anduvimos siempre en direcciones opuestas y nuestros trenes en vías paralelas imposibles de cruzarse. Por eso las puertas se cerraron aquel día entre los dos, claramente, como la señal de que lo nuestro no podría haber sido de otra forma. ¿tendrán razón al final todos aquellos dichos sobre trenes?
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