Me pareció una buena idea intentar apuntarme a un curso de percusión para quitarme la espina, para ser precisos, la doble espina. En realidad, era una buena forma de matar dos pájaros de un tiro: hacer algo que me apetecía y conocer gente nueva. Llamadlo gente, llamadlo hombres con ritmo y brazos fuertes que tocan el tambor…
Por suerte, conseguí plaza para las clases. Estaba supermotivada, como cuando empiezas un curso nuevo y sabes que te vas a encontrar con algo diferente. Al llegar a clase, saludé tímidamente y sondeé la edad de la gente del curso. En realidad, la media estaba por encima de lo que tenía previsto. De repente, dejé de soñar con el grupo de hombres fornidos, ya que me encontraba entre un animado grupo del imserso. Animado tampoco sería la palabra más adecuada, porque los tambores fueron sustituidos por xilófonos. El instrumento de percusión por antonomasia. Pffffffffff. ¿Dónde está la cámara? Me dije.
¡Menudo bajón! Solo resistí a un par de clases de una hora y media encerrada tocando una canción que todavía tengo en la cabeza: Si, si, si, re, do, si, re, sol, sol, sol, si, la sol… Seguro que la conocéis. ¿No? Es el himno de la alegría. Justo lo que me hacía falta en ese momento. ¿Para cuándo una versión con tambores?
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