jueves, 18 de agosto de 2011

La princesa y el espejo

Érase una vez una princesa que cuando se miraba al espejo veía sólo un conjunto de detalles imperfectos. Un ojo más grande que el otro, un labio demasiado fino, una mancha en la piel, una nueva arruga, el pelo siempre despeinado, una ceja más alta que la otra. Pero no es que la princesa fuera fea, sino que sólo era capaz de concentrarse en las cosas a mejorar, compararse con otras princesas y ver todo lo que no era.


Y la princesa no se daba cuenta que todas las otras princesas por las que se hubiera intercambiado también tenían defectos y los magnificaban cuando se miraban al espejo. La que tenía un pelo espectacular se veía peluda, la que estaba delgada envidiaba el pecho de la otra, la que tenía pecho se veía gorda, la alta quería ser menuda y la menuda admiraba a las modelos.

¿Qué es lo que hace que cada princesa sea incapaz de ver sus cualidades? ¿Por qué el espejo nos devuelve una imagen deformada de nosotras mismas y se convierte en nuestro peor enemigo?

Quizás deberíamos destruir todos los espejos y dejar que la sonrisa que nos ilumina la cara y la ilusión del reencuentro con un viejo amigo sean lo único que vemos de nosotras mismas.


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