¿Habéis visto alguna vez la salida del sol?
No me refiero a aquellas madrugadas volviendo de una fiesta, en las que tu atención se concentra en dar correctos y pequeños pasitos con tus tacones de vértigo favoritos. Y te apresuras por la calle, mientas tu mirada se pierde sonriente, entre los recuerdos de lo vivido... esos días en los que tu emoción es tan indefinida como la cerradura de la puerta cuando abres con la llave.
Esos veces en que sin titubeos cierras del todo la persiana de tu habitación. Para no dejar entrar la primer luz del día, en un intento de coger el sueño de una noche que ya ha pasado.
Esta vez, en cambio, me transporto a las salidas de sol en la playa en San Juan, me refiero a los despertares prontíos cuando abandonas las sábanas para salir a la terraza con una manta encima, a las acampadas al raso, me deslizo en el tiempo hasta el alba en aquél barco.
Esas ocasiones donde estás presente, en un lugar y un momento, en las que puedes saborear la lentitud de cada minuto, y observar cómo todo cambia alrededor, esos instantes que pasan a cámara lenta, que te impregnan y te envuelven.
Esa es mi salida de sol. Que rompe la oscuridad, primero de un modo imperceptible, azulado, tímido. Pero poco a poco más valiente, con liláceos y rojizos. Y al momento explosiva.
Te ciega, te deslumbra del todo. Y cuando crees que ya no puedes ver más, te sacude con una exhuberancia tan delicada y sublime que te rindes a la maravilla de cada pequeño tono y colorido.
Yo no sé el por qué... aunque muchos se lo preguntan (;) pero sé que hoy después de ese destello blanco lo he visto todo azul. Y grana.
Ya me despido para dejarme sorprender por otro amacer, esta vez con la persiana y el corazón abiertos del todo.
Sospechosas, preparaos para vivir el mejor y más sencillo de los espectáculos, subid a los terrados, ocupad las azoteas, volad, volad!!
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